lunes, 10 de noviembre de 2008

Sobre María Isabel Rueda por María Jimena Duzán

POR MARÍA JIMENA DUZÁN

Lo grave de la columna de María Isabel Rueda en la que descalifica la protesta indígena con el argumento de que las minorías indígenas son bárbaros que amenazan con sus costumbres incivilizadas la preeminencia de nuestra cultura occidental, no es que sea un exabrupto del tamaño de una catedral, lo realmente preocupante es que ella no es la única que piensa así en este país.

De hecho, el general Valencia Tovar el viernes en El Tiempo afirmó más o menos lo mismo, cuando cuestionó a la Constitución del 91 por haberles otorgado a las minorías étnicas unos derechos de territorialidad y de autonomía que, según él, resultan injustos y desproporcionados porque crean "islas virtuales", que rompen de manera aleve la homogeneidad cultural de las mayorías.

Y si vamos más allá, lo que dijo el presidente Uribe en su alocución del jueves pasado va en el mismo sentido, cuando planteó, con cifras mendaces, la audaz tesis de que los verdaderos terratenientes de este país no son los narcoparamilitares, sino las minorías indígenas porque tenían el 27 por ciento de las tierras de este país.

Si el Presidente hubiera buscado mejor, habría encontrado las cifras que tiene el Agustín Codazzi, según las cuales el 87 por ciento de las tierras de los índígenas queda en parques naturales de la Amazonia, la Orinoquia, Chocó y La Guajira. De ellas, sólo el 13 por ciento es cultivable. (Claro que en esa alocución el Presidente también dijo que era cierto que la Policía había disparado contra ellos, después de que había dicho que los escuadrones antimotines sólo usaban bastones de mando y que los tres indígenas que murieron no lo hicieron a causa de las balas, sino por la mala manipulación de armas artesanales, lo cual equivale a decir que los indígenas se estaban matando entre ellos mismos).

En los tres casos que he mencionado se percibe en esas expresiones públicas un claro tinte racista que no le augura buenos tiempos a las minorías de este país. Tomemos por ejemplo lo que ha sucedido con los negros, otra minoría étnica que viene siendo afectada dramáticamente con los despojos de tierras causadas por los paramilitares en zonas como Chocó y que también está presente en la huelga de los corteros de caña. La gran mayoría no ha podido recuperar sus tierras, sin embargo, el gobierno muestra como un gran avance para las comunidades afrodescendientes, el nombramiento de una Ministra de Cultura negra y de otros cuantos viceministros de color, nombramientos que, dicho sea de paso, fueron hechos más pensando en cumplir con los prerrequisitos que les exigía la posible firma del TLC con Estados Unidos que en las necesidades de las minorías negras de este país. A los afrocolombianos que se lanzaron a la huelga en el occidente del país, alegando condiciones de trabajo infrahumanas como corteros de caña, no les ha ayudado el tener una Ministra de Cultura negra. El gobierno les sigue respondiendo con evasivas, en tanto que los dueños de las fábricas siguen recibiendo subsidios en medio de increíbles ganancias. "Yo no tengo nada contra los indígenas -me dijo el otro día un señor muy prestante en un salón de un club en Bogotá-, a mí los que no me gustan son los negros, por eso no me gusta ni Obama". Lo cierto es que mientras todo esto sucede, en el norte de Bogotá todavía hay discotecas que impiden la entrada a los negros.

Decir que Colombia es un país racista sería una deducción un poco apresurada. Más preciso sería decir que en esta patria refundada, hay un renacer de una cultura que muchos pensábamos había quedado sepultada definitivamente con la proclamación de la Constitución del 91: me refiero a la cultura producto de la tiranía de las mayorías, aquella que desconoce la importancia de las minorías no sólo étnicas, sino sexuales y de género. Los derechos de las minorías fueron una conquista de la Constitución del 91 que nos ha ahorrado muchos muertos y que oxigenó en buen momento nuestra restringida democracia.

A mí me importa un pito que a María Isabel Rueda y al general Valencia Tovar les parezcan los derechos de las minorías étnicas inaguantables, insoportables y desmedidos. Pero lo que sí me parecería inaudito es que Colombia siguiera ese camino. Al fin y al cabo, los negros que no pudieron entrar a la discoteca en el norte de Bogotá, hoy pueden hacerlo gracias a que interpusieron una tutela que fue fallada a su favor, y eso, aunque muchos no lo crean, nos aleja un poco de la barbarie.

viernes, 31 de octubre de 2008

http://www.facebook.com/note.php?note_id=36199857343&ref=mf

A propósito del link anterior:
Y personas que piensan así son las que creen que por esa vía se puede lograr un país mejor, pero que errados son que creen que para tener una cultura envidiablemente occidental tenemos que "erradicar" las minorías que según ellos no son más que bárbaros amenazantes.

Demás que muy terratenientes son todos los indígenas desplazados y tan amenazantes y bárbaros son, que algunos murieron por el mal manejo de un simple bastón, de una simple arma artesanal mal menejada. Con el perdón de muchos, aunque yo creo que más bien de pocos, antes lo pensaba y ahora no lo dudo: María Isabel Rueda es uno de los errores más grandes del periodismo colombiano, aunque este país sí que tiene errores humanos y no son precisamente las minorías étnicas como creen personas como Rueda y Tovar ahhhh! y Uribe, entre otros muy occidentales ellos.

jueves, 10 de julio de 2008

Guajira, Colombia...Uribia, Cabo de la Vela












SANTA TENTACIÓN

Cuando estuve corroborando esta historia, continúo el maestro, me sorprendí con la declaración de un trabajador de vaciados y esculturas en la construcción de la que después, mucho tiempo después, sería la Plaza de San Pedro. Su declaración fue la siguiente:

“El Papa por esos días, con la presencia en el Vaticano de ese ser, no dormía y se la pasaba en compañía de ese fenomenal ángel. Así se refería el Papa al recién llegado: mi ángel. Mi ángel por allí, mi ángel por acá. No volvió a hacer sus viajes, tampoco a asistir a más encuentros religiosos, su vida dejó de ser pública. Toda su vida y actividad, estaban dirigidas a este ser misterioso, para el cual sólo existía también el Papa. El Sumo, ya no despachaba en su oficina y tampoco volvió a recibir delegaciones extranjeras. Se dedicó única y exclusivamente a atender a esta criatura humana que según él, conjugaba la belleza de la mujer y del hombre. Quería unificar su naturaleza en mármol o en lienzo, pero no quería que ningún artista experto lo hiciera, quiso hacerlo el mismo y dicen quienes lo observaron por aquellos días de pintor, que él no conseguía concentrarse en sus quehaceres, que era tal el magnetismo de esa figura joven y proverbial, que lo desconcentraba y no permitía que lograra alguna pincelada.
Tuvo por aquellos días una gran discusión con un escultor italiano. Escuchó algunos criterios sobre la obra artística a realizar con la criatura. El ángel visitante posaría desnudo en una poltrona roja reservada al descanso del pontífice.
Durante la realización de la obra, el Papa ordenaba la posición del modelo bajo consejo del escultor. Colocaba flores y filigrana en oro y en diamantes que servían para la composición de la obra. Sin embargo, la desconcentración del Papa era evidente. Parecía que enloquecía en silencio frente al lienzo blanco y aquella figura que era la causante de todo y la que le estaba haciendo perder los votos de castidad y de pureza que según él, nunca le habían fallado. Pensó que esa criatura no era enviada de Dios, sino una trampa de lucifer.
En ese dilema, consumía vino francés en largas jornadas de concentración en busca de la inspiración. El ángel no decía nada, permanecía en silencio largas horas acostado en la poltrona papal, pocas veces se levantaba sólo para comer.
En aquel tiempo, estando presentes todos los alumnos en las clases de acuarela, surgió una discusión en torno al color de los espacios tradicionales como lo son el cielo y claro está, el infierno. La mayoría guardó silencio, pero ante un requerimiento hecho por un alumno, el maestro expresó para todos los asistentes al curso: _Una pregunta similar se hizo a los pintores religiosos italianos, cuando el Papa estaba buscando el mejor pintor para la realización de los cuadros sagrados. Se concluyó después de escuchar a varios artistas, que los espacios y colores que se utilizarían en la ejecución de las obras, quedaban a entera libertad, pero serían supervisados por el Papa, que para la época, era un excelente pintor, escultor y literato. Escribía cuentos y algunos poemas, se sentaba con algunos de sus ayudantes del Vaticano, a compartir noches enteras dedicadas a las historias y las narraciones.
Pero como les venía contando antes, continúo el maestro, el Papa se enamoró de una hermosa figura con rasgos humanos, joven y dotada aparentemente de los dos sexos. Tal vez un hermafrodita. Tenía una belleza extraordinaria que hasta ese momento no se había conocido, o al menos, como esta, no se había hecho pública. Esta historia me pareció ficticia, pero no menos real tratándose de la iglesia, anotó el maestro.
El Papa había quedado sorprendido y a la vez ligado por un sincero reconocimiento de tan extraordinaria figura celestial como él creyó en un principio.

No era una figura común y corriente. Tenía el cabello abundante y corto. Los ojos y el color de su piel, eran de un tono que no se podía definir pero contrastaban con el torso desnudo y con un pantalón corto, verde esmeralda, que usaba cuando fue encontrado. Tenía una sonrisa entre maliciosa y tierna que al Pontífice dejó inseguro e inquieto, sin volver a ser el mismo después de ese encuentro. El Papa no había tocado tal cuerpo, estaba con sentimientos encontrados entre la fascinación y la lascivia, el respeto y la dulzura. Se encontraba inmóvil frente al lienzo pero de manera febril, logró comenzar algunos trazos del dibujo.
Ya en el vaticano circulaba la versión del joven hermafrodita que dormía en el cuarto del Papa. Mucha gente de la ciudad de Roma, a pesar de la libertad de pensamiento, no podía comprender lo que en los círculos sociales, se llamaba los pecados mayores de La Iglesia, pero a éste, parecía no importarle lo que ocurría en el mundo exterior.
El cuadro que ya tenía colorido, era de una dimensión descomunal. El escultor calladamente, trabajaba sobre un grueso bloque de piedra caliza y según él, el cuadro había quedado con una apariencia pecaminosa, pero era orden papal. El Papa por el contrario, reprochaba su opinión diciendo que la escultura quedaba con el espíritu del artista y que ésta, era fabricada con el alma. El escultor no pudo replicar, porque el Sumo, sin mediar enfermedad alguna, cayó al piso y allí mismo falleció.
El vaticano dio la noticia al mundo exterior, diciendo que fue una muerte súbita.
Esta historia, para no alargarla más, dijo el maestro de acuarela, debo terminarla diciendo que cuando el Papa murió, tampoco se volvió a ver a ese hermoso ser hermafrodita, despareció en tanto el Pontífice murió. El cuadro tiempo después, fue concluido. La Iglesia, se negó a dar explicaciones sobre lo plasmado allí, pero aún permanece el cuadro como sombra de aquella extraña aparición en esa época.

jueves, 7 de febrero de 2008

CAUSA SIN CONSECUENCIA

Opinión


Este 4 de febrero fue la marcha tan esperada no sólo por el país sino por el mundo entero, una movilización de la población que en un principio tenía un objetivo único: salir a combatir el terrorismo en una caminata de acompañamiento hacía quienes han vivido en carne propia las infamias de otros. Pero este objetivo como casi todos los que se plantean en este país, perdió su rumbo y quizás por perdidos que andan nuestros ideales es que no encontramos las soluciones esperadas.

Ya no era la marcha contra el terrorismo, sino contra las FARC, ¿Es qué acaso ese es el único grupo armado ilegal que genera pánico en los colombianos? ¿Dónde quedan los paramilitares, que hace rato desvirtuaron al igual que las FARC y el ELN, la idea por la que fueron creados? Todos, son grupos que abandonaron sus objetivos para convertirse en la piedra en el camino de un país que poco a poco va perdiendo su rumbo.

Como colombianos y como protagonistas de la novela “Marcha contra las FARC” tenemos la ilusión de que éstas, por fin, liberen a todo un país en sufrimiento y opresión. Pero hay que recordar que no siempre hay correspondencia entre nuestros actos y sus consecuencias. Lo más probable es que la consecuencia de una marcha donde muchos pusieron fe, no sea la liberación de todos los secuestrados y el fin del terrorismo.

Y sin embargo, salimos a marchar porque estamos cansados de vivir con miedo, con el terror infundado que han generado esta clase de grupos subversivos, protestamos porque ya no queremos más muertes de gente inocente, porque queremos un país libre y quizá la mejor manera de hacerlo saber, es salir del silencio en el que nos hemos mantenido.

Pero cómo creer que un grupo tan despiadado como las FARC se conmovieron viendo a millones de personas gritando “No más FARC” o con letreros que decían “Chávéz go home” o “Piedad no vendas a tu país”. Por ¡favor! a mi parecer, estos, lo que pasaron fue muy bueno, riéndose de la estupidez colectiva, que pudieron pensar ellos, que poseíamos.

Estupidez de un pueblo que creyó en las FARC cuando el pasado mes de diciembre y parte de enero, tuvieron al mundo entero pendiente de la libración de 2 personas y uno más que hacía rato ya estaba liberada. Le anotaron un gol a Chávez con Consuelo y Clara y como a Uribe no lo podían dejar atrás, también le dieron las pistas para que empatara el partido encontrando a Emmanuel. Pero también, se anotaron un gol ellos cobrando por la liberación de estas fichas políticas, secuestrando a 6 civiles en Chocó.

Qué sentido tiene esta marcha en un país que como dicen algunos “no tiene memoria”. ¿Será que este 4 de febrero de 2008, Colombia dejará de olvidar todo tan fácil y hará historia?

Pero mi interés no es hablar mal de la marcha ni menospreciarla, porque sino, no hubiera asistido...de corazón. Sé que para sus organizadores, estaba claro de antemano, que de las FARC no mucho se puede esperar. Por eso, la marcha resultó ser una utopía en sí de una Colombia en paz que realmente está muy lejos, de alcanzarse pero que quizá poco a poco, ha empezado a forjar sus primeros pinitos.